miércoles, 24 de abril de 2013

Dora Maar, la fotógrafa surrealista.

Conocida sobre todo por la serie de fotografías que realiza del Guernica y por su relación con Picasso, la obra de Dora Maar es tan prolífica como notable.
Comenzó sus estudios en la Academie Lothe, para después ingresar en L’École de fotografía de la Ville de París, y tras ciertas incursiones en el mundo de la pintura es en la fotografía donde consigue destacar.

Autorretrato, 1930.

Portraits d’une femme, 1930.

Double-portrait, 1930.

Empreintes de pieds sur le sable, 1931-1934.


Dora dio sus primeros pasos en el mundo de la fotografía en el estudio del fotógrafo Harry Meerson para después formar un tándem con el también fotógrafo Pierre Keffer, instalándose junto a él en un estudio en Neuilly-sur-Seine. Maar y Keffer colaborarán con revistas de moda como Madame Figaro, realizan campañas para cosméticos y retratan a Assia, la modelo por excelencia del grupo surrealista.

Assia, 1934.


 Nude, 1934.

Hasta 1934, año en el que entra en contacto con el grupo surrealista y conoce a George Bataille sus trabajos se relacionan con el mundo de la moda y la publicidad.

Inmersa en el movimiento surrealista, sus fotografías están envueltas en un halo enigmático, místico y en cierta medida tenebroso que reflejan muy bien el propio carácter de Dora: melancólica, inteligente y emocionalmente compleja.

En sus obras Dora buscaba romper con los convencionalismos a través de la libre asociación de imágenes, buscando las formas ocultas de los objetos y creando realidades diferentes.

Una arquitectura totalmente surrealista, que recuerda en cierta medida a Chirico, conforma el paisaje y el escenario de sus fotografías, logrando de esta manera crear un aura onírica y enigmática.

Silence, 1935-1936.

Cavaliers, 1935.

29. rue d'Astorg, 1936.

Sin título, 1934.

Experimenta con el fotomontaje, el fotocollage, la sobreimpresión y el desenfoque, técnica que aprendió de Man Ray.

Jeux interdits, 1935.

Nusch Eluard, 1935.

Dream-like, 1935.

Afectada por los acontecimientos políticos que están sucediendo, marcha a Barcelona donde inicia una serie de fotografías en las que capta la realidad de un país en vísperas de guerra: pobreza, desesperación y marginalidad son el leit motiv de las instantáneas que tienen como telón de fondo los barrios trabajadores de la ciudad condal.

Mendigo Ciego, 1934.


Niño con boina, 1934.


Sin título, 1934.

Posteriormente en París y Londres, la realidad social siempre estaría bajo la mira de su objetivo, pues desde que Bataille la introdujera en el entorno político de la época, en 1934, Dora se había convertido en una tenaz activista de izquierdas que reflejaba su descontento social no solo con la firma de manifiestos y panfletos sino con sus fotografías.

Garcon aux chaussures depareillees, 1935.

Sin título, 1932.


Sin título, 1932.


Sin título, 1932.


Cuarteto de ciegos, 1934.


Lotera, 1933.

En 1936 conoce a Picasso y se convierte en el testigo más valioso de la génesis del Guernica, pues dejó documentado el proceso creativo paso a paso. 













Fotografías del Guernica tomadas por Dora Maar, 1936.

De esta época data una de sus obras más conocidas, el Retrato de Ubú, personaje inventado por Albert Jarry, que simboliza la figura de un dictador viejo y ciego que acabaría por convertirse en un icono fotográfico del movimiento.


Retrato de Ubú, 1936.

Gracias a Dora Maar y a otros artistas como Cartier-Bresson o Maurice Tabard concienciados con la situación social de su época, la prensa tradicional comenzará a evolucionar hasta el nacimiento de lo que hoy denominamos fotoperiodismo documental.

En 1945 su relación con Picasso concluye, cae enferma y su carrera artística cae en declive, tras lo cual inicia un periodo marcado por un fuerte carácter religioso.

“Después de Picasso, sólo Dios”- Dora Maar

Arrojada por Picasso a la pintura, pues el malagueño menospreciaba la fotografía, y más aún la fotografía de Dora, comienza en 1949 a pintar. Pero tras su ruptura ninguna de las vías artísticas que ella dominaba servía para dar consuelo a su dolor, de manera que entra en una vía mística e introspectiva que acabará por forjar su leyenda cuando tras su muerte se descubran en su casa parisina centenares de picassos que guardaba celosamente en una suerte de cripta-altar al dios más adorado de su panteón: Picasso.


Dora Maar con parte de su colección de picassos.


sábado, 20 de abril de 2013

Weeping woman



La mujer se ha embellecido, se ha puesto un sombrerito alegre, se ha peinado y arreglado ante la expectativa de la felicidad... y ahí está, a la vista de todos, desfigurada por el dolor, con sus buenas intenciones inmortalizadas en su alegre y coqueto sombrero. ¿Cómo es posible que podamos soportar el espectáculo de esta aflicción tan privada? ¿Qué falta en el retrato que nos permite entrar como extraños con tanta facilidad en la escena y apiadarnos y admirarnos al mismo tiempo ante la vista del mundo picassiana? Hermoso, sin duda. Lo triste de todo esto es su parte de realidad.

martes, 16 de abril de 2013

Dora Maar


Una tarde de otoño de 1935, Pablo Picasso se fijó en una mujer sentada en una mesa vecina en el café Les Deux Magots. Llevaba guantes negros y con la palma de su mano izquierda asentada sobre la mesa dejaba caer un pequeño cortaplumas, tratando de clavarlo en la madera entre sus dedos, tan cerca como fuera posible de la mano pero sin llegar a cortarse la piel. A veces erraba, y a la postre los guantes empezaban a mancharse de sangre. Picasso la estuvo observando largo rato y comentó a un amigo que le acompañaba que aquella joven le parecía extraordinariamente bella. Ella pareció entenderle, levantó la cabeza y le sonrió. Poco después les presentaron. Se llamaba Dora Maar y era fotógrafa.


Henriette Théodora Markovtch, más conocida como Dora Maar, nació en Tours en diciembre de 1907. Pasó su infancia en la capital argentina, hasta 1920, cuando al fin regresó dispuesta a zambullirse de cabeza en el mundo intelectual y artístico que acontecía por aquellos años. Tras una etapa de formación en la Escuela de Fotografía de Paris, una de las más liberales de la época, y un periodo en que sirvió de modelo del célebre Man Ray, Dora terminó participando activamente en ese mundo, siendo reconocida como una talentosa fotógrafa del momento. Identificada por un físico majestuoso, mandíbula prominente, nariz recta, abundante cabellera y extravagantes tocados, parecía prometer un protagonismo considerable en esos mediados del siglo XX. Pero se convirtió en la amante de Picasso, siempre dispuesta al pintor cuando éste la requería. Pasó de ser la hermosa y excéntrica fotógrafa a la mujer que esperaba encerrada en su piso por si acaso Picasso llamaba para invitarla a salir, o como ella decía, a la “musa privada” del artista.


Pero aquella relación no parecía funcionar. Acusada de infidelidades imaginarias y ridiculizada por errores reales o no, Picasso la provocaba hasta hacerla llorar. Entonces sacaba su libreta de bosquejos y un lápiz y se ponía a dibujar. “Nunca la pude ver, nunca la pude concebir, si no era llorando”, comentó alguna vez. Esos bocetos, de los que existen decenas, terminaron convirtiéndose en pinturas.
Por esas fechas, Picasso seguía casado con Olga y mantenía ya una larga aventura con Marie-Thérèse. Casi todos los retratos que pintó de estas dos mujeres están hechos con curvas suaves y delicadas. Casi todos los de Dora Maar, en cambio, muestran un rostro devastado, herido, crispado, pintado con colores chillones y destruido por la pena. “Son todos Picasso, ninguno es Dora Maar”, comentaría ella.
Todo esto desembocó en serios problemas que Picasso trató de solucionar enviándola a la consulta del psiquiatra Jacques Lacan. Según su estudio, Dora ilustraba las teorías psicoanalíticas de la identidad desarrolladas por él mismo pocos años atrás, según las cuales explicaba que nuestra identidad proviene de imágenes nuestras reflejadas que percibimos fuera de nosotros, y mediante las cuales aprendemos a vernos. ¿Cómo se veía entonces Dora Maar al contemplarse retratada una y otra vez en los lienzos fragmentados y fortuitos de Picasso? ¿Quién era entonces ella realmente? Amante no correspondida, amante insatisfecha, quiso extender al máximo estos rasgos de identidad inacabados, los únicos aceptables para el hombre que la estaba reconstruyendo. Y como la imagen de sí misma se había hecho añicos, se sentía perdida y desamparada.

Se retiró del mundo prácticamente los últimos 40 años de su vida, convertida al catolicismo y viviendo enclaustrada en un departamento de Paris del que solo salía para ir a misa, al alba. Murió en Paris el mes de julio de 1997 a la edad de 89 años.

lunes, 15 de abril de 2013

Marie-Thérèse Walter, bibliografía, páginas web...

Para los curiosos, os dejamos a continuación algunas referencias bibliográficas y recursos web interesantes que nos han servido de ayuda para acercarnos un poco más a la figura de Marie-Thérèse:


MALLEN, ENRIQUE: La sintaxis de la carne: Picasso y Marie-Thérèse Walter, Ed. Santiago de Chile, 2005

BRINK, ANDREW: Desire and avoidance in art, Ed. Peter Lang Publishing, New York, 2007

ECHEVARRÍA, RAFAEL: Raíces de sentido sobre Egipcios, griegos, Judíos y Cristianos, Ed. Comunicaciones Noreste Ldta, Chile, 2007

TELLO, ANTONIO y PALACIO, JEAN PIERRE: Todo Picasso: el mayor genio español del siglo, Madrid, El Mundo, Unidad Editorial, D.L., 2001

OLANO, ANTONIO D.: Las mujeres de Picasso, Barcelona, Planeta, 1987


Marie-Thérèse, una brisa limpia

Joven, alegre, de trato suave, casi despreocupada, nada exigente, afectuosa, desinteresada y anticonvencional… Pese a la similitud que muchos han establecido entre todas sus amantes, Marie-Thérèse era la antítesis de Olga, quien entonces no era nada más que una etapa artística ya pasada de Picasso. La joven fue para él un hálito de frescura, una brisa limpia y revitalizante (a pesar de sus ya casi cincuenta años, pues el propio artista decía: un hombre tiene siempre la edad de la mujer a la que ama) y un lienzo inspirador sobre el que el artista desarrolló una de sus etapas más fructíferas. Marie- Thérèse se transformó en algo más que su modelo y su amante: era la fuente de inspiración que Picasso necesitaba. Devolvió la paz a la vida del pintor, pero no definitivamente. El genio no estaba hecho para la vida hogareña, la rutina cotidiana, el llanto de un bebé y el olor de los pañales que llegaron ocho años después, cuando nació su segunda hija. Una cosa era la aventura prohibida inicial y otra aquello en lo que Marie-Thérèse se había convertido. Una vez más, Pablo Picasso necesitaba un cambio.

“Marie-Thérèse, en principio, significaba la paz, de la que estaba tan necesitado. Pero en cuanto esa paz tampoco fue posible a su lado, todo se fue precipitando hacia su desenlace final”
Pablo Picasso

A nosotros nos quedan sus retratos, su dulzura, su paciencia y su fidelidad por el artista. Marie-Thérèse ha pasado a convertirse en la musa de una de las etapas más prolíficas y amadas del pintor. Ahora nosotros sabemos quién es la mujer que estaba detrás de esos rostros suaves ocultos y desbaratados bajo el estilo particular de Picasso. Concedámosle el mérito y dejemos de considerarla musa para darle el verdadero papel que tuvo durante este periodo: ella es realmente la protagonista, la dulce magia que embaucó al artista y movió sus brazos, su pincel, con movimientos suaves y delicados que a día de hoy se han convertido en auténticas joyas de la Historia del Arte.  

domingo, 14 de abril de 2013

Marié-Thérèse Walter, la joven rubia picassiana.

Marié-Thérèse sólo tendría 17 años cuando Picasso comenzó a introducir su dulce y joven rostro en sus obras. Al principio, dado que Picasso seguía con Olga Khokhlova, su relación se llevó a cabo en secreto, por lo que su aparición en las obras también se encontraba encriptada, naciendo de alusiones a un fuerte erotismo. Aquí vemos la interpretación de las guitarras, esperando a que el artista las toque, o la presencia de sus iniciales en algunos de los bodegones de los últimos años de la década de los veinte.


Mujer con pelo rubio (1931)

Será ya comenzados los años treinta cuando Marié-Thérèse y sus delicadas y jóvenes líneas compositivas comenzarían a aparecer en la obra de Picasso, sin ningún tipo de tapujos, olvidándose de todo tipo de encriptaciones. Su rostro y su figura llenaran el lienzo entero.


Mujer sentada junto a una ventana (1932)

Mujer sentada junto a una ventana, uno de los cuadros más importantes de la musa, se encuentra ahora mismo en boca de todos por su reciente subasta en 33 millones de euros. Convirtiéndose en una de las obras más caras del malagueño, gracias a la joven musa.
Estas obras, muy importantes en la producción y vida de Picasso, toman una gran serenidad y demuestran la tranquilidad que adoptaba el artista junto a Marié-Thérèse, a parte de la intensa índole sexual de la relación en algunos aspectos.


Desnudo, hojas verdes y busto (1932)

Si retomamos el tema del coste de algunos de los cuadros en los que aparecía retratada la musa, obviamente tenemos que pararnos a hablar de “Desnudo, hojas verdes y busto”, que convirtiéndose en uno de los cuadros más caros del mundo, nos deja clara la importancia de la parte de su producción dedicada a Marié-Therésè. Cómo “La lectura” o "El sueño", de un gran carácter Matissiano y reflejo de ese gusto sexual por la joven.


La lectura y El sueño (1932)

lunes, 1 de abril de 2013

Marie-Thérèse: fortuna crítica

Picasso y Desnudo, hojas verdes y busto. Fotografía de Cecil Beaton
Marie-Thérèse es sin duda la más perfecta de las musas de Picasso. Ella fue la más lozana, la más dulce, la más fiel, la más pura.

Su ingenuo erotismo y apasionada entrega brindan un nuevo aliento al genio de Málaga, quien da una vuelta a su visión de lo femenino en una renovada explosión de color, hasta ese momento castrado por la crisis matrimonial con Olga Kohkhlova. Así, esta relación es el baluarte, como ya hemos visto, de uno de los períodos más fértiles de Picasso; pinta, esculpe, escribe poemas y realiza grabados a un ritmo de producción locomotor. Y ella siempre en el cuadro, durmiendo, recostada en el sofá, tumbada en el césped o leyendo, siempre en esa voluptuosidad a todo color que fascinó, durante un tiempo, al pintor.

Incluso dice Picasso que Marie-Thérèse le salvó la vida al conocerle, y sin embargo, no podemos decir lo contrario, pues como si hubiera embaucado por siempre a la joven, a los cuatro años de su muerte, ella se ahorcó. Este final trágico no suele tener importancia alguna en la literatura sobre Picasso o su relación con Marie-Thérèse pues casi todos los textos se centran más bien en idealizar ese amor loco que se tenían, y especialmente contados aspectos de la gran musa.
Estos son en suma, la lozanía e ingenuidad propias de una bella chica de 17 años, que ignoraba quién era Picasso, que por entonces tenía 45. Así, la joven sueca se embarcó el intenso idilio amoroso que terminaría con el nacimiento de Maya, la hija de ambos y la aparición de otra mujer, Dora Maar. Aunque Picasso nunca se casó con ella y la relación de facto terminó en 1935, siguió haciéndose cargo de su manutención y las visitaba de vez en cuando.

Grabado de la serie Minotauromaquia (1936)
Llegado a este punto, nos preguntamos qué ocurrió con la lozanía de Marie-Thérèse cuando ella se enteró que estaba con otra mujer, y más tarde con otra y otra. Qué fue también de esa voluptuosidad cuando envejeció, ¿Se habría prendado Picasso de ella si la hubiera encontrado con 45 años?
Traemos todos estos posibles al texto para crear la incomodidad necesaria de una reflexión, pues creemos ver de nuevo, y en este caso de una forma prístina y estereotípica, la imagen de la mujer-objeto. La musa sin mirada ni palabra que sólo puede prestar cuerpo a su amante. Picasso decía de ella que era la mujer inconformista que cambia de vida y de ideas obedeciendo a su instinto, en contraposición a su esposa Olga. Sin embargo, nosotras apuntamos al opuesto, creemos que Marie-Thérèse fue la (no)esposa fiel que tras ser poseída por el pintor nunca pudo recuperar su existencia. Picasso fue para ella la sordera vital, que le impidió siquiera concebir otras posibilidades de vida.
Es la imagen de mujer-niña, que queda perfectamente representada en los grabados de la serie La minotauromaquia (1936), época en la que aparece un nuevo alter-ego de Picasso, el minotauro. Este yo autoficcionado no es sin duda casual, sino el binomio necesario para esa mujer niña que acabamos de mencionar. Sobre la mujer pura hallamos al hombre ferozmente dominante, que busca en su pareja poseer esa pureza-ignorancia que él nunca podrá tener. 
Así Marie-Thérèse pasa a la Historia del Arte como el atributo perfecto de Picasso, como el premio que le hace hombre, su ovillo de Ariadna.